Hace unos días, tuve el placer de leer este fantástico artículo del Paris Review: Cooking with D. H. Lawrence. La autora hace un recorrido por las peculiaridades de la vida y obra de Lawrence, siempre en relación a la comida y a su propia evolución vital.
Hay algo que me llamó especialemnte la atención: la decepción que siente Stivers la primera vez que lee El amante de Lady Chatterley, al resultarle “poco porno para la fama que tenía” (por parafrasear). Debo confesar que mi primera lectura tuvo la misma motivación, descubrir qué era eso de la novela más obscena del siglo pasado, que tanto tiempo pasó en listas de censura, que contenía la palabra fuck ¡nada menos que 26 veces!
Y que Sean Bean interpretara a Mellors en la miniserie de la BBC tampoco vino mal.
Pero a mí no me decepcionó. Todo lo contrario, me pareció intensamente erótica, tanto que tenía que dejarla de lado de cuando en cuando. Era como asistir a un momento demasiado íntimo entre dos personas, como abrir la puerta y presenciar un primer beso.
También fue la primera vez que me hice la pregunta, ¿me gustan los hombres? Me había pasado los últimos cinco años de mi vida intentando comprender la otra faceta de mi sexualidad, contestando a la pregunta, ¿me gustan las mujeres? y había dado por hecho el otro lado de la ecuación. La sexualidad masculina y el hombre como objeto de deseo, aunque definitivamente no un objeto pasivo, fueron dos temáticas de este libro que marcaron un antes y un después en mi vida.
“Confieso que me enamoro de él cada vez que leo la novela.”
Me fascina la masculinidad saludable, o como sea que se llame lo contrario a una masculinidad tóxica misógina que impera en este sistema. La vulnerabilidad del señor Mellors, su honestidad, su forma de amar con cuerpo y alma y despreciando el poder que un dominio intelectual podría reportarle… Confieso que me enamoro de él cada vez que leo la novela. Y poco a poco, veo cada vez más la sombra de Lawrence en la cultura pop actual. En Normal People, tenemos a un Connell que podría ser perfectamente un guardabosque de la era victoriana: pobre, en forma, mucho más intelectual de lo que parece, mirando de lejos y de cerca una Lady Chatterley que definitivamente necesita un polvo. Cuanto más lo pienso, más veo los paralelismos.
Me chifla, pero vuelvo al artículo para otro matiz personal. El objetivo de la columna de Stivers, Eat Your Words, es cocinar y comentar la comida que aparece en obras literarias famosas. El menú de Lawrence no tiene nada de sofisticado ni de gourmet, de hecho, está manifiestamente en contra de tales calificativos. Stivers la describe como comida sencilla, por tanto difícil, ya que es todo técnica.
Hacer pan es todo técnica. Y brazos.
Me chifla más incluso que lo de la buena masculinidad, y más sabiendo que Lawrence se encargaba siempre de cocinar para él y para su mujer, Frieda. ¿Hay algo que exprese más amor que una cena sencilla, elaborada en su integridad por la persona que tienes delante, todos los días de tu vida? Creo que no hay mayor placer que partir el pan y saber que lo hicieron para ti. Es la sensualidad del sustento, entendido aquí en sus ambas acepciones: alimento y apoyo.
Según el buscador de la BDME, sustento tiene como base la raíz latina tenére. que tiene tres posibles traducciones: tener, sostener y poseer. ¡Qué plasticidad! SIempre me sorprende el latín en sus raíces más básicas. El sustento, quién y qué te da de comer, es a quién y a qué perteneces.