Todos los años llega ese día, entre el 10 y el 20 de septiembre aproximadamente, en el que el aire adquiere un aroma diferente. Se mezclan humo, hielo y humedad para crear ese olor que, al aspirar, nos arranca un suspiro: ¡se acabó el verano!
Van desapareciendo poco a poco las cerezas y los higos de las estanterías de mi frutería predilecta, para dejarles paso a las naranjas, a las manzanas y a las granadas. ¡Qué fruta más curiosa, la granada! Una cáscara rojiza, dura, que esconde cientos de semillas color sangre –o granate– repartidas en ventrículos separados por finas paredes de piel blanca. Un corazón alienígena.
O tal vez un ovario. Por algo es símbolo de fertilidad y prosperidad en múltiples culturas alrededor del mundo, desde la India hasta Israel, pasando por la más emblemática de todas: Grecia.
La fatídica fruta.
Me refiero, por supuesto, al mito de Perséfone. En su encarnación inicial como Koré la Doncella, diosa de la floración, capta la atención del olimpiano más temido, Hades, dios de los muertos. Éste la rapta y la hace reina de los muertos y del caos: Perséfone. Esta transformación y ausencia no le sienta muy bien a su madre, Deméter, esa diosa de la abundancia que tenemos en el sitio más central de España como Cibeles, su versión latina.
En su duelo, Deméter trae sequía y hambre. Las cosechas desaparecen, los sacrificios a los dioses, también. Zeus implora a Hades que devuelva la hija perdida a su madre, pero la vuelta tiene truco. Antes de salir del reino de Hades, Perséfone consume unas pocas semillas de granada y se ve así obligada a volver unos meses todos los años.
Estoy leyendo Civilised to Death, la obra más reciente del aclamado Chris Ryan, y no puedo evitar pensar en los albores del mito. Pienso en ese jardín abundante en torno a Göbekli Tepe y la sequía repentina, las granadas las únicas frutas que sobreviven; imagino esos humanos asustados ante la extinción, comiendo de sus semillas, rindiéndose ante Deméter, ante la cosecha, ante la civilización.
El templo más antiguo de la humanidad.
Hay una tendencia reciente a reinterpretar el mito del rapto de Perséfone como una huida. La diosa doncella, cansada de la vigilancia y el control de la madre, se va de buena gana con el dios de las tinieblas, que le ofrece libertad y la riqueza infinita del subsuelo. La vuelta a los reinos de Hades no es un engaño o un castigo, es una muestra de devoción. Me gusta esta perspectiva, devuelve cierta autonomía a la parte femenina (normalmente carente en la mitología griega) y me cuadra más con el mundo prehistórico que describe Ryan, donde la oscuridad no es nuestra enemiga y volver a la tierra, lo natural.
A ésta invito yo.
La granada es una fruta fastidiosa. Hay que dedicarle tiempo y paciencia, aparte de tener cierta tolerancia al fracaso. Comer las semillas de granada es poca recompensa, como descubre por ejemplo la madre de Rapunzel en la versión rumana del cuento. Os invito a que las comáis igualmente. Dedicadle el tiempo, la paciencia y las manos pegajosas. Esta pausa corre por mi cuenta. Las granadas, y el invierno que auguran, nos invitan a descansar.